19 abr 2010

Cortázar y su musica


El propósito del
arte Julio Cortázar era como sencillamente lo describió Robotania:
"Convertir lo cotidiano en algo fantástico y
maravilloso"
Para darles una probadita de
la maravillosa creación que es Rayuela les dejo
un fragmento que habla de la música, en específico jazz, pero su alcance es tal
que es aplicable a todos los generos. Sin mas con ustedes Cortázar...
"Nadie parecía
dispuesto a contradecirlo porque Wong esmeradamente aparecía con el café y
Ronald, encogiéndose de hombros, había soltado a los Waring’s Pennsylvanians y
desde un chirriar terrible llegaba el tema que encantaba a Oliveira, una trompeta anónima y después el piano, todo entre un
humo de fonógrafo viejo y pésima grabación, de orquesta barata y como anterior
al jazz, al fin y al cabo de esos viejos discos, de los show boats y de las
noches de Storyville había nacido la única música universal del siglo, algo que
acercaba a los hombres más y mejor que el esperanto, la Unesco o las
aerolíneas, una música bastante primitiva para alcanzar universalidad y
bastante buena para hacer su propia historia, con cismas, renuncias y herejías,
su charleston, su black bottom, su shimmy, su foxtrot, su stomp, sus blues,
para admitir las clasificaciones y las etiquetas, el estilo esto y aquello, el
swing, el bebop, el cool, ir y volver del romanticismo y el clasicismo, hot y
jazz cerebral, una música-hombre, una música con historia a diferencia de la
estúpida música animal de baile, la polka, el vals, la zamba, una música que
permitía reconocerse y estimarse en Copenhague como en Mendoza o en Ciudad del
Cabo, que acercaba a los adolescentes con sus discos bajo el brazo, que les
daba nombres y melodías como cifras para reconocerse y adentrarse y sentirse
menos solos rodeados de jefes de oficina, familias y amores infinitamente
amargos, una música que permitía todas las imaginaciones y los gustos, la
colección de afónicos 78 con Freddie Keppard o Bunk Johnson, la exclusividad
reaccionaria del Dixieland, la especialización
académica en Bix Beiderbecke o el salto a la gran aventura de Thelonius Monk,
Horace Silver o Thad Jones, la cursilería de Erroll Garner o Art Tatum, los
arrepentimientos y las abjuraciones, la predilección por los pequeños
conjuntos, las misteriosas grabaciones con seudónimos y denominaciones
impuestas por marcas de discos o caprichos del momento, y toda esa
francmasonería de sábado por la noche en la pieza del estudiante o en el sótano
de la peña, con muchachas que prefieren bailar mientras escuchan Star Dust o
When your man is going to put you down, y huelen despacio y dulcemente a perfume
y a piel y a calor, se dejan besar cuando es tarde y alguien ha puesto The
blues with a feeling y casi no se baila, solamente se está de pie,
balanceándose, y todo es turbio y sucio y canalla y cada hombre quisiera
arrancar esos corpiños tibios mientras las manos acarician una espalda y las
muchachas tienen la boca entreabierta y se van dando al miedo delicioso y a la
noche, entonces sube una trompeta poseyéndolas por todos los hombres,
tomándolas con una sola frase caliente que las deja caer como una planta
cortada entre los brazos de los compañeros, y hay una inmóvil carrera, un salto
al aire de la noche, sobre la ciudad, hasta que un piano minucioso las devuelve
a sí mismas, exhaustas y reconciliadas y todavía vírgenes hasta el sábado
siguiente, todo eso en una música que espanta a los cogotes de platea, a los
que creen que nada es de verdad si no hay programas impresos y acomodadores, y
así va el mundo y el jazz es como un pájaro que migra o emigra o inmigra o
transmigra, saltabarreras, burlaaduanas, algo que corre y se difunde y esta
noche en Viena está cantando Ella Fitzgerald mientras en París Kenny Clarke
inaugura una cave y en Perpignan brincan los dedos de Oscar Peterson, y Satchmo
por todas partes con el don de ubicuidad que le ha prestado el Señor, en
Birmingham, en Varsovia, en Milán, en Buenos Aires, en Ginebra, en el mundo
entero, es inevitable, es la lluvia y el pan y la sal, algo absolutamente indiferente a los ritos
nacionales, a las tradiciones inviolables, al idioma y al folklore: una nube
sin fronteras, un espía del aire y del agua, una forma arquetípica, algo de
antes, de abajo, que reconcilia mexicanos con noruegos y rusos y españoles, los
reincorpora al oscuro fuego central olvidado, torpe y mal y precariamente los
devuelve a un origen traicionado, les señala que quizá había otros caminos y
que el que tomaron no era el único y no era el mejor, o que quizás había otros
caminos, y que el que tomaron era el mejor, pero que quizá había otros caminos
dulces de caminar y que no los tomaron,o los tomaron a medias, y que un hombre es siempre
más que un hombre y siempre menos que un hombre, más que un hombre porque
encierra eso que el jazz alude y soslaya y hasta anticipa, y menos que un
hombre porque de esa libertad ha hecho un juego estético o moral, un tablero de
ajedrez donde se reserva ser el alfil o el caballo, una definición de libertad
que se enseña en las escuelas, precisamente en las escuelas donde jamás se ha
enseñado y jamás se enseñará a los niños el primer compás de un ragtime y la
primera frase de un blues, etcétera, etcétera.

I
could sit right here and think a thousand miles away,
I could sit right here and think a thousand miles away,
Since I had the blues this bad, I can’t remember the day..."

Cortázar trasladaba su origen barrial,
su asimilación europea, su cultura formal de clase media, y su mundo
alternativo entre París y Plaza Once a lo largo de sus cuentos y novelas,
mientras husmeaba en el mundo del jazz.

En sus obras, Cortázar desordenaba el arte en favor de la vida, al cuestionar
el lenguaje establecido.

Precisamente, en "Rayuela" -uno de los modelos de revolución de las
palabras, de rebelión verbal heredada de la experiencia surrealista anterior a
los años 60- muestra Cortázar sus afinidades con la música afronorteamericana,
mezcladas de remembranzas autobiográficas.

Su amor por el jazz, por su capacidad proteica, se hace evidente en cuentos,
artículos y páginas recordables de "La vuelta al día en ochenta
mundos". Y sobre todo en "El perseguidor", como veremos.



* * *

Borges era sordo para la música. Lo afirmaron -eufemísticos o no- músicos
eminentes, como Piazzolla. En todo caso, su música (la de Borges) anidaba en
las palabras -en los juegos de palabras-, en sus sonidos, en su ritmo y sus
cadencias.

Cortázar, en cambio, según contó su hermana, tocaba el clarinete. Y desde muy niño había practicado en el piano.
"Los negros de allá, de Norte América, le gustaban. Los tangos, esas cosas
nuestras, no." Al final, la nostalgia de Buenos Aires, en Europa, lo volvió al tango.

Por un lado habían estado la mamá y la tía de la infancia, que tocaban a cuatro
manos en el piano Blüthner. Por otro, esa casa (la de él) "que había visto
nacer el disco", donde él y otros fanáticos transitaban por las notas de
Armstrong, que alternaban con sopranos, tenores y barítonos italianos, y ese
nefasto Minué de Paderewsky, que era la música clásica en muchos hogares de
clase media.

Su curiosidad por la música lo había topado, de joven, con "su primer
amor", Claudia Muzzio, desde que su abuela lo llevó al Colón a la ópera
Norma . Muchos, incluso, recordarán esa famosa foto de Cortázar tocando la
trompeta, y aquella confesión: "Sí, en verdad toco la trompeta, pero sólo
como desahogo. Soy pésimo".

En "El argentino que se hizo querer de todos", García Márquez refiere
un viaje en tren, de París a Praga, junto con Carlos Fuentes y Cortázar, donde
una pasajera pregunta a Cortázar sobre la introducción del piano en la orquesta
de jazz, lo que le permitió a Julio desarrollar por horas una lección histórica
y estética de increíble versación, rematada con una apología homérica de Thelonious Monk.

* * *
Pero el Cortázar músico, quizás el más minucioso -el jazzman-, está plasmado en
"El perseguidor", que es como una pequeña "Rayuela", por
las similitudes de sus personajes Johnny y Oliveira. "El
perseguidor", dedicado In memoriam de Ch. P. (Charlie Parker), retrata a
un Johnny Carter (donde se reúnen nombre y apellido de dos saxos memorables:
Johnny Hodges y Benny Carter), que hereda aficiones de Parker: alcohol, drogas,
escándalos, amoríos... Johnny es un músico arbitrario y genial, que descoloca
con gestos y desplantes de intuitivo a Bruno (es decir, Cortázar), un crítico
racional que está escribiendo un libro sobre Johnny.

"Todo crítico, ay, es el triste final de algo que empezó como sabor, como
delicia de morder y mascar", piensa Bruno, quien, entre el perfil humano y
el jazz, descubre que "uno es una pobre porquería al lado de un tipo como
Johnny Carter". Bruno, que ha escrito un libro que es -lo reconoce Johnny-
"como lo que toca Satchmo, tan limpio, tan puro".





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